Jesús llama a María
En aquel día, leía yo el libro de Hechos, de cuando el Señor se le presentó a Ananías: “y este le respondió: Heme aquí, Señor.
Y el Señor le dijo: Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y pregunta en la casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo, porque, he aquí, está orando, y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista.” (Hech 9, 10)
Entonces pensé en cuánto desearía yo ser llamada de esa forma y para una misión tan especial, y que Dios hallara en mí la disposición que le permitiera utilizarme en cualquier momento para su obra...y decir: ¡¡¡¡Heme Aquí!!!!!
Imaginé cómo sería estar en el lugar de Ananías, y ser llamada para ir a darle la vista a Saulo de Tarso.
Entonces pensé: Ciertamente hay muchos que desearían lo mismo que yo, y que responderían al llamado con la misma pasión y entusiasmo.
Al instante, vinieron a mí imágenes de muchos que quisieran tener un gran llamado, y ofrecerían arrebatadamente ir a cualquier lugar donde el Señor los envíe y hacer todo lo que El les pidiera.
Entonces imaginé varias razones por las cuales no creo que Dios los llame aún a lo que ellos desearían.
Y fui, entonces, a ver quién era Ananías, que lo hacía tan especial para ese llamado, y vi que era “un hombre piadoso según las normas de la ley, y de quien daban buen testimonio todos los judíos que vivían allí” (Hech 22,12).
Entonces vi que yo no me parezco mucho a Ananías. Y vino a mi mente un versículo que dice: “en lo poco fuiste fiel, en lo mucho te pondré” (Mt 25,21).
También recordé aquellas palabras con las que Jesús instruía a sus discípulos, diciéndoles: “cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera que desee ser el primero será siervo de todos” (Marcos 10, 43-44).
Y también: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13, 14-15).
Entonces entendí, que por muy apasionada que imagine mi respuesta “heme aquí”, difícilmente el Señor me llamará a lo mucho y a lo grande, si no he sido fiel en cumplir sus mandamientos en lo poco y en lo pequeño.
Y aconteció que, mientras pensaba en esto, escuché la voz del Señor que me decía:
“María”, y yo respondí: ¡¡¡¡¡HEME AQUÍ, SEÑOR!!!!!
Y El me dijo:
“Levántate y ve a prepararles la once a tu madre y a tu hermana, porque, he aquí, tienen hambre, y tu madre yace recostada en su cama, pues ha llegado del trabajo muy cansada, y tu hermana, a la verdad no se siente bien.”
Entonces, levantándome, fuí y preparé la once a mi madre y a mi hermana, les llevé la bandeja a la cama y, he aquí, ellas se regocijaron en gran manera.
Y el Señor le dijo: Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y pregunta en la casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo, porque, he aquí, está orando, y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista.” (Hech 9, 10)
Entonces pensé en cuánto desearía yo ser llamada de esa forma y para una misión tan especial, y que Dios hallara en mí la disposición que le permitiera utilizarme en cualquier momento para su obra...y decir: ¡¡¡¡Heme Aquí!!!!!
Imaginé cómo sería estar en el lugar de Ananías, y ser llamada para ir a darle la vista a Saulo de Tarso.
Entonces pensé: Ciertamente hay muchos que desearían lo mismo que yo, y que responderían al llamado con la misma pasión y entusiasmo.
Al instante, vinieron a mí imágenes de muchos que quisieran tener un gran llamado, y ofrecerían arrebatadamente ir a cualquier lugar donde el Señor los envíe y hacer todo lo que El les pidiera.
Entonces imaginé varias razones por las cuales no creo que Dios los llame aún a lo que ellos desearían.
Y fui, entonces, a ver quién era Ananías, que lo hacía tan especial para ese llamado, y vi que era “un hombre piadoso según las normas de la ley, y de quien daban buen testimonio todos los judíos que vivían allí” (Hech 22,12).
Entonces vi que yo no me parezco mucho a Ananías. Y vino a mi mente un versículo que dice: “en lo poco fuiste fiel, en lo mucho te pondré” (Mt 25,21).
También recordé aquellas palabras con las que Jesús instruía a sus discípulos, diciéndoles: “cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera que desee ser el primero será siervo de todos” (Marcos 10, 43-44).
Y también: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13, 14-15).
Entonces entendí, que por muy apasionada que imagine mi respuesta “heme aquí”, difícilmente el Señor me llamará a lo mucho y a lo grande, si no he sido fiel en cumplir sus mandamientos en lo poco y en lo pequeño.
Y aconteció que, mientras pensaba en esto, escuché la voz del Señor que me decía:
“María”, y yo respondí: ¡¡¡¡¡HEME AQUÍ, SEÑOR!!!!!
Y El me dijo:
“Levántate y ve a prepararles la once a tu madre y a tu hermana, porque, he aquí, tienen hambre, y tu madre yace recostada en su cama, pues ha llegado del trabajo muy cansada, y tu hermana, a la verdad no se siente bien.”
Entonces, levantándome, fuí y preparé la once a mi madre y a mi hermana, les llevé la bandeja a la cama y, he aquí, ellas se regocijaron en gran manera.